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La generación del 95, diez años después

Alumni San José del Parque

En ocasiones no hace falta una cápsula enterrada ni un DeLorean para viajar en el tiempo. Basta con volver a un lugar especial, en este caso, el colegio Maristas San José del Parque, con las personas indicadas, la generación del 95, la promoción 1998-2013, una gran promoción. A partir de ahí su cerebro hará el resto, o, citando a Nieves Cabeza, “este será el caldo de cultivo perfecto” para un viaje emocional que pensamos que nunca llegaría. 

“Los 10 años” no es un evento ajeno a los alumnos de San José del Parque. Si bien había cierta incertidumbre sobre su celebración, un mensaje difundido por varios canales de WhatsApp confirmaba nuestras peores sospechas: Nos hacemos mayores. Esta vez de verdad. Sin embargo las miradas, aunque tímidas y, por qué no reconocerlo, reticentes en un principio, denotaban lo contrario: niños de nuevo. Y es que qué sentido tiene ocultar la inocencia a quien te ha visto crecer desde tan tierna edad. El reto, no obstante, era el de enfrentarnos a nosotros mismos y a nuestras expectativas. ¿Somos la persona que necesitábamos ser 10 años después? ¿Lo seremos dentro de 10 años? ¿Vamos en la dirección correcta? Al contrario de lo que puedan decir por nosotros unas ocupaciones profesionales nos damos cuenta de que estamos lejos de tener la vida resuelta y de que, para más inri, ni los profesores se libraban de esa condena. 

Más allá de las obligadas e incontables anécdotas que nos sacan más de una sonrisa, nos empezamos a dar cuenta de una cosa: qué razón tenían cuando escuchábamos aquello de “no sabéis la suerte que tenéis”. Y es que nos guste o no o nos represente más o menos tenemos suerte de pertenecer a la gran familia marista (oración de la mañana incluida), que sigue contando con nosotros tantos años después y nos da la oportunidad de tender puentes con quienes nosotros ya no contábamos. Porque incluso aquellos a los que este reencuentro les haya parecido intrascendental también han podido disfrutar de una cerveza (y un piti) en el comedor del colegio, y eso sí que es trascendental.

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